EL ALQUIMISTA IMPACIENTE, de LORENZO SILVA
“La postura era cualquier cosa menos confortable. El cuerpo estaba boca abajo, con los brazos extendidos en toda su longitud y las muñecas amarradas a las patas de la cama. Tenía la cara vuelta hacia la izquierda y las piernas dobladas bajo el vientre. Las nalgas se sostenían un poco en alto sobre los talones y entre ellas se alzaba, merced a su impotente curvatura, un aparatoso mástil de caucho rojo rematado por un pompón rosa.” |