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LOS ROBOTS DEL AMANECER, de ISAAC ASIMOV «Elijah Baley se encontró a la sombra del árbol y murmuró para sí: «Lo sabía. Estoy sudando.» Hizo un alto, se enderezó, se enjugó la frente con el dorso de la mano, y luego miró hoscamente el sudor que la crubría. -Odio sudar -dijo en voz alta, como si enunciara una ley cósmica. Y una vez más sesintió irritado con el Universo por hacer que algo esencial fuese tan desagradable. El la ciudad nadie transpiraba jamás (a menos que lo deseara, por supuesto)…» |